domingo, 7 de enero de 2024

Fiesta de la Epifanía. Artículo de Galdós para el diario La Prensa de Buenos Aires. Madrid, 1887

Es indudable que Don Benito Pérez Galdós fue un fiel cronista de todo cuanto acontecía en el Madrid de su tiempo. Llegado a la Villa y Corte a finales de septiembre de 1862, su primera noche de Reyes la describí el año 2015 en un artículo publicado en Historia urbana de Madrid. [Ver artículo]

De la recopilación realizada por Alberto Ghiraldo de los artículos que Galdós envía a Buenos Aires como corresponsal de La Prensa, ofrecemos el titulado “Fiesta de la Epifanía”. Corresponde al volumen Fisonomías sociales – Observaciones de ambiente. Benito Pérez Galdós. Obras inéditas (1923).

Junto con otros artículos dedicados al clima, la sociedad y la política, la carta que contenía “Fiesta de la Epifanía” lleva fecha del viernes 7 de enero de 1887. Habían pasado apenas cinco años de la ordenanza aprobada por el alcalde de entonces, D. José Abascal y Carredano, por la que se cobraba un impuesto a las comparsas y prohibía la utilización de hachones, escaleras y todo tipo de ruidos y escándalos que causasen molestias al vecindario. 


Don Melchor y los Reyes Magos. Dibujo de J. Triadó.
La Ilustración Artística. Barcelona, 7 de enero de 1901 (Año XX, Nº 993)


La Epifanía

I

    Hoy es la Epifanía, una de las más bellas festividades del cristianismo, día soñado por los niños porque en él (así lo establece en España una costumbre antigua) los tres reyes magos se dedican a repartir juguetes por esos mundos trayéndole a cada cual lo que más apetece.
Pocas figuras hay en el Nuevo Testamento más simpáticas que estos tres soberanos que guiados por la milagrosa estrella van a adorar al niño Dios en el pesebre de Belén. La iconografía cristiana les representa desde la más remota antigüedad con caracteres diferentes; el uno es anciano de luenga barba; el otro joven y esbelto; el tercero negro como la pez. Cabalgan en poderosos camellos y traen vistoso séquito de pajes y escuderos. En algunos cuadros de la Epifanía se ven caballos; pero en todos los nacimientos infantiles prevalece el camello, sin duda por ser este animal extraño y casi fantástico en Europa. Se les representa rodeados de asiática pompa, capas encarnadas, turbantes, plumachos, collares de oro y piedras, y si alguno de los tres obtiene de la pueril turba mayor simpatía que los demás, es el negro, el preferido probablemente por su propia negrura y extrañeza.
Debe arrancar de tiempos muy remotos esta encantadora conseja de los juguetes traídos por los reyes. Los pequeñuelos dejan el zapato en la chimenea y por el tubo de esta entran los magos sin temor a ensuciarse de ceniza y hollín. Pero no en todas las localidades es la chimenea el sitio destinado a recibir el regalito.
    En Madrid mismo, verificase el fenómeno dejando una media en el balcón, y así es más fácil ¡claro! que los reyes dejen algo, porque les basta arrojar el juguete cuando pasan, y no necesitan molestarse en penetrar por conducto tan angosto como es el cañón de una chimenea.
Sea lo quiera, los tales reyes hacen felices a muchos niños en este clásico día, pero es dudoso que los favorecidos se lo agradezcan, porque si vehemente es el niño en sus deseos, no es menos determinado en sus olvidos. El agravio y el beneficio bórranse de su mente con igual rapidez. Además, va cundiendo tanto el escepticismo, que ya los niños principian a poner en duda que sean efectivamente los reyes los portadores del caballo de cartón o de la locomotora de hojalata.
“Sobre esto hay mucho que hablar”, dicen los más agudos, porque no cabe en cabeza humana que los reyes pasen a un mismo tiempo por todas las calles y se paren en todos los balcones, o penetren por todas las chimeneas Y como nadie los ha visto, todo ello resulta un gracioso engaño de los papás, que son los verdaderos magos.

II

    La costumbre de salir a esperar a los reyes, que consistía en procesiones escandalosas de gente baja, alborotando por las calles, y concluyendo en innobles borracheras, ha concluido desde que el alcalde impuso una contribución a los que de tal modo se divertían.
    Hasta hace dos o tres años, apenas entraba la noche del 5, veíanse por las calles de Madrid turbas de hombres más o menos soeces, con hachas encendidas, tocando cencerros, cuernos y otros desapacibles instrumentos. Solía haber en esta ruidosa diversión algo de novatada, pues los infelices gallegos recién llegados a Madrid creían a pie juntillas en la venida de los reyes, y sus ladinos compañeros les metían en la cabeza que se ganaba tres mil reales el que más pronto los divisara y se acercase a ellos.
Por eso llevaban los tales una grande escalera de mano, y después que corrían y chillaban de lo lindo, decían que ya estaban cerca los reyes, y ponían en pie la escalera, para que subieran los incautos a ver a sus majestades magas. La escalera se venía al suelo cuando ya estaba formado sobre ella un gran racimo de curiosos, y en esto principalmente consistía la fiesta. Tan bárbara y ridícula manera de divertirse ha sido curada radicalmente por un alcalde, obligando a pagar cinco duros a toda persona que muestre vivos deseos de ofrecer sus respetos a los reales Melchor, Gaspar y Baltasar.

***

El día de Reyes de 1887 contado por La Época.
El día de Reyes del año de 1887 no difiere mucho del de este 2024. Las epidemias de antes hoy son las fuertes gripes y los repuntes de COVID. La muerte producida por epidemias, inexorable en cualquier época, afectaba en mayor porcentaje a los niños; así, como absoluta realidad, los tabloides recordaron aquel día a las párvulas víctimas y reprodujeron escenas familiares y costumbres aún vigentes.

La columna de La Época, bajo el título de ECOS MADRILEÑOS, hablaba de "La fiesta de los Reyes y los niños" y de "La torta tradicional", entre otras cosas.

«Antes que amaneciera esta mañana, los niños estaban despiertos. Muchos de ellos no hablan dormido, soñando con los regalos que en los zapatitos hubieran puesto los Reyes Magos. El viento que durante la madrugada ha azotado los cristales de balcones y ventanas habrá contribuido mucho á tener en veíalas tiernas fantasías, acariciadas por una esperanza do juguetes y dulces.
¡Qué lucha tan angustiosa habrán librado el susto y el deseo en aquellas cabecitas rubias, amenazadas ahora además por terrible epidemia!
Pero brilló el sol, se apaciguó el viento, el cielo dejó de llorar, descorriéronse las cortinas de las nubes, y los niños saltaron del lecho, alegres y confiados, en brazos de sus padres.
Estos, desde anoche, hablan preparado á sus hijos la gran sorpresa. Adelantándose cortesmente á los Reyes Magos, facilitando su tarea de ir depositando al lado de cada cuna un presente infantil, fueron en la noche anterior saqueando las tiendas do juguetes, los bazares y las confiterías.
Algunos verificaron sus compras sonriendo entre lágrimas. Al festejar al hijo que esperaba en casa, recordaban al hijo que se habían llevado recientemente al cementerio.
—¿Y para nuestra hermaníta, no compras nada? —decía una boca de rosa que había perdido su gemela.
Los padres no supieron qué contestarla.
¡No hay en la tierra regalos para el cielo!
Es decir, sí que los hay; las oraciones de esos mismos niños que sonríen á la venida de los Reyes Magos, y se acuerdan con pena de los ángeles que han tenido á su lado.
Sus preces tal vez podrán conseguir alivio para tantos tiernos seres que ahora se hallan enfermos; para las tres preciosas niñas del Sr. Romero Robledo, atacadas da sarampión; para el hijo único de los Condes de Vilches, adolescente de trece años; para tres de los cuatro hijos de los Marqueses de Álava, también enfermos de sarampión; para el niño del senador D. Jacinto María Ruiz; para todas las inocentes víctimas, cuyas gargantas de nieva aprieta hoy, con su mano de hierro, la difteria.

* *

La torta de Reyes va ganando prosélitos, á la vez que se trasforma en otros gâteaux de la moderna repostería. Los habituales contertulios de la Duquesa de la Torre y de los Sres. de Sholtz se repartirán esta noche la clásica torta de Reyes. Las otras fiestas que se anunciaron como próximas no parecen. Los Condes de Vilana no reciben por ahora. Tampoco la Duquesa de la Torre dará bailes en su hotel. Sólo sigue organizándose en él la representación dramática de que ya hablamos, aunque sin plazo marcado.

* *

Como el tiempo está malo, no se habla sino de enfermedades. No son sólo los niños los que sufren padecimientos; las personas mayores se ven forzadas también á guardar cama y a entrar en relaciones directas con los médicos y las boticas. Aquí y allá se ve suspendido un baile, aplazada una reunión por causas de enfermedad. A la primera tertulia celebrada el lunes en casa de los Marqueses de Molins, más que á otra cosa, fueron sus amigos á preguntar por la salud del noble Marqués, que padece un ataque de reuma, felizmente sin gravedad. También está en cama el Marqués de la Vega de Armijo, con un fuerte resfriado».
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Como nos contaba La Época, desde el más desamparado hasta la más rancia aristocracia, todos enfermaban y algunos fallecían víctimas de una salud débil o la falta de cuidados.

Benito Pérez Galdós, en otro artículo para La Prensa titulado “Precauciones sanitarias”, del 17 de noviembre de 1884, decía:
«… nos hemos acostumbrado ya a mirar cerca el mal, y hemos llegado a cometer la imprudencia de reírnos de él. Durante algún tiempo el tema de los microbios fue una mina muy socorrida de chistes y agudezas en la conversación matritense. El tema ha pasado a los teatros populares, precisamente en la ocasión en que se ha renovado el peligro; mas no por eso ha dejado de reír el público».
Ciento cuarenta años después la vigencia de Galdós es un hecho incontestable.


Bibliografía y Cibergrafía

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En todos los casos cítese la fuente: Valero García, E. (2021) "Fiesta de la Epifanía. Artículo de Galdós para el diario La Prensa de Buenos Aires. Madrid, 1887.", en https://www.benitopérezgaldós.com/

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© 2024 Eduardo Valero García


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