Resulta anecdótico conocer el lugar donde Benito Pérez Galdós dará un discurso previo a las Elecciones generales de 1907. La noche del 18 de abril de aquel año se celebró un mitin en la sede del Casino Republicano de la calle Pontejos, 1. Sin lugar a duda, un espacio muy representativo y del que continuamos esperando la colocación de una placa municipal señalizando la casa de los Santa Cruz, donde vivió Jacinta.
Calle Pontejos, 1. Captura de Google maps (Localización) |
"Los de Santa Cruz vivían en su casa propia de la calle de Pontejos, dando frente a la plazuela del mismo nombre; finca comprada al difunto Aparisi, uno de los socios de la Compañía de Filipinas. Ocupaban los dueños el principal, que era inmenso, con doce balcones a la calle y mucha comodidad interior.
Y es curioso descubrir que en ese domicilio había estado hacia 1894 la sede del Casino Carlista y los Círculos Tradicionalista y Alemán. En aquellos tiempos, la sede del Casino Republicano se situaba en la calle del Príncipe, 12, y en 1897 ya ocupaba el principal de Pontejos, 1, donde se instalará, además, la Tertulia Republicana Progresista.
En 1907 el Casino ocupaba la segunda planta.
Y a esta sede, una de las muchas repartidas por cada distrito, acompañarán al escritor importantes oradores del partido, los señores Morote, Castrovido, Vicenti, Calzada y Morayta. Según noticias de la prensa, Galdós leyó unas cuartillas -algo inusual en él-, recibiendo el fervoroso aplauso de la concurrencia.
Al día siguiente, Eduardo Barriobero y Herrán escribía en El País la columna titulada Los literatos en la política (A propósito de Pérez Galdós), en la que decía:
El hecho de anteponer la representación ideológica de un voto, á la de un cerebro, retrata un estado de alma desconsolador y lamentable, porque pudiera ser un estado del alma nacional absorbida ó encanallada en los odios de facción, ó en las repugnantes luchas caciquiles.Solo en España, en donde la vida intelectual tiene su campo acotado y amurallado fuera de la jurisdicción política, en donde á las funciones del Estado no concurren, porque no se les llama, los artistas ni los sabios, puede haber ocurrido que al analizar la figura de Galdós, puesta de relieve por un acto transcendental, la vista escrutadora se haya detenido en la mano emitente de una papeleta ó en los labios que guardan en estado potencial un sí ó un no, cuya cualidad subjetiva no se sabe aún si ha de ser substancial ó formal, transitoria ó definitiva, dejando en segundo término el cerebro de donde brotaron ideas que han impreso carácter á una época.Todos los pueblos han tenido en cuenta que el literato es un ser complejo, en la formación de cuyo carácter entran, el sentido de la realidad, porque sin él no sabría producir la emoción estética y el elemento filosófico, del que se sirve para buscar la entraña de las cosas, lo verdadero, lo universal y trazar así la pauta para idealizar lo que de la vida recoge en sus obras. Y como el arte de gobernar consiste indudablemente en someter la vida á una observación reflexiva y minuciosa para trazar después reglas que la fijen y la conserven en sus estados normales, de aquí que en todas las edades del mundo, los pueblos hayan vuelto sus ojos á los literatos en demanda de consejos sobre el desarrollo y la práctica do este arte menospreciado y envilecido entre nosotros.Los reyes de Israel todos fueron poetas; los doce Césares romanos, al decir del veracísimo Luctonio, compusieron obras de carácter literario; en la antigüedad griega, sabido es que tuvo más importancia un poema que una ley, y unos juegos florales mucho más que una de aquellas guerras heroicas; los califas orientales, con ser, como se ha dicho, á mi juicio con error, cerebros de segundo orden, se cuidaron más de las Bibliotecas públicas que de sus propios alcázares, no obstante las exigencias de sus costumbres epicúreas. Solo cuando los pueblos caen en el estado de postración que da origen al despotismo feudal, se permiten las clases directoras del orden político la indolencia de vivir en el analfabetismo más vergonzoso, y en la época feudal sabido es que mientras el gremio, la corvea y la servidumbre vestían de esparto y comían el potaje negro, por los valles y los bosques dedicábanse á la caza de la fiera ó del hombre, indistintamente, los señores biliosos, los abades panzudos y borrachos y los reyes histriones ó idiotas. Los albores de la civilización moderna rechazan á estas bestias en las leyendas y los museos, y de ellas quedan sólo en la vida los reyes, exteriores á sí mismos y ajenos al medio ambienta intelectual que comienza á crearse, invierten sus ocios, es decir sus días enteros, en tareas mecánicas; se hacen sastres como Carlos II de Inglaterra ó carpinteros como nuestro Carlos IV.La revolución francesa, la verdadera revolución, la idea matriz de aquella transformación repentina en el espíritu del pueblo, cuyas conmociones lo llevaron un momento á la locura de la sangre, obra fué de literatos y filósofos, de medio ciento de libros nutridos de esa dinamita sana, consoladora, fortaleciente que supieron elaborar aquellos maravillosos alquimistas cuya generación comienza en Rabelais y concluye en Voltaire.Mas bien podría decirse que no concluye, pues, en Francia, y tal vez á esto se deba su prosperidad intelectual, á la llamada aristocracia de la sangre, sucede en el gobierno la verdadera aristocracia del talento y así han llegado casi hasta nosotros, el acento solemne y los desconcertadores apostrofes de Víctor Hugo, á quien nuestros vecinos apartaron muchas veces de su labor artística para que con su genio poderoso detuviera el avance de la reacción y cortara las alas de las águilas napoleónicas, cuya voracidad ponía de nuevo en peligro las vidas y las haciendas de aquel pueblo hastiado de tiranías y de luchas sangrientas.En España el talento literario no ha merecido ni aun esta confianza. Espronceda fue diputado y no encontraron sus jefes políticos tarea más tísica que encomendarle que un discurso acerca de las lanas; avergonzado sin duda de esto, se precipitó á refugiarse en los brazos de la muerte. Echegaray fue literato después de haber sido ministro. No he podido averiguar qué cosa era más difícil en aquel tiempo, si conseguir una cartera ó estrenar una obra, y así, no puedo decir si rodeó ó si tomó el atajo para llegar á donde le llamaba su vocación. En una palabra: entre nosotros, la organización esencialmente burguesa ha impuesto á las medianías, y por esto sorprende y desconcierta el que se apunte el nombre de un genio y mucho más el de un literato do genio en la lista de los que el pueblo cree llamados á regir sus destinos.Claro está que si en vez de abnegación se pusiera amor propio ó espíritu de categoría en estas determinaciones, después de haber sido Maura presidente del Consejo y Sánchez Guerra y García Alix ministros, Galdós debiera de mirar con asco todo lo que significa intervención más ó menos directa en las funciones del Estado; pero además de la abnegación característica de los hombres fuertes, Galdós, como todos los artistas, tiene la costumbre de producir para el goce do los demás, y en este sentido acepta gustoso lo que, al no reunir estas condiciones, lastimaría su dignidad indudablemente.Por lo que se refiere al partido, merece una felicitación cordialísima por el buen acuerdo de haber distinguido este nombre. Galdós literato podrá ser discutible, porque hoy no hay obra que resista al análisis, y porque el gusto de nuestra época está en un estado vacilante, en un estado de formación y depuración, dentro del que, necesariamente, ha de carecer de ideas concretas; pero el radicalismo debe á Galdós más que el acta de diputado y acaso más que una estatua.
Bibliografía y Cibergrafía | ||||||
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© 2021 Eduardo Valero García
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