domingo, 12 de julio de 2020

Antonio Zozaya y el fallecimiento de Galdós. Madrid, 1920 (I)

En portada del diario La Libertad del domingo 4 de enero de 1920 se daba cuenta del fallecimiento de Don Benito Pérez Galdós. Debajo de un retrato del novelista se publicaban unas palabras de Antonio Zozaya a su colega y amigo. Se trata de tres columnas que anteceden a las tituladas Datos biográficos, La enfermedad, La última noche, El fallecimiento y La noticia en Madrid.




   Se nos dice que ha muerto Galdós; pero los hombres como Galdós, ¿cuándo mueren? Para -sus íntimos, el día luctuoso en que dejan de verlos; para la pública curiosidad, el día en que da Ciencia falla que no podrán acabar su último libro; para la Patria, nunca; siguen brillando en la cúpula gigantesca que cubre sus montañas, sus valles y sus ríos; vertiendo sobre Ja frente de sus hermanos a torrentes las luminosidades de su espíritu magno. Viven, resplandecen, no se extinguen "sic lamparae coeli".

D. Antonio Zozaya y You
   Para la nueva Literatura hacía tiempo que había muerto Galdós. Ya no producía. Aquella diestra segura y firme, entre cuyos dedos nerviosos se movió el lápiz, con la vertiginosa celeridad de un transmisor eléctrico, no hacía ya sino tenderse adelante, en demanda de un piadoso sostén. De sus pupilas había huido para siempre la luz, y su figura, antes prócer y ahora abatida, se adelantaba temblorosa al proscenio, cuando un rugido de entusiasmo del público lo llamaba a la escena en una de esas fiestas inolvidables que sus amigos y discípulos organizaban en su honor.   

   Ahora ya, nada. Recluido en la mansión hidalga y poética que le brindaron caballerosamente los unidos a él por los vínculos de la sangre, apenas hablaba; su actitud era la de una esfinge, y, si le molestaba algún importuno, acababa por decir en un murmurio casi imperceptible: "Quiero marcharme". Era verdad: quería marcharse; sentía la nostalgia de lo infinito; pero con esa inconsciencia que nubla todos Jos umbrales de la vida, estado en el cual ésta no es todavía sino un presentimiento o no es ya sino una vaga reminiscencia, volvía a caer en su estupor, que tenía la majestad y la serenidad augusta de lo eterno ignorado.   

   No obstante, al saber que muy pronto habremos cubierto su cuerpo de flores, sentimos un rudo golpe en el corazón; nos parece que va a faltar algo en la tierra que era necesario a su contextura espiritual; que se le había caído a España un cuartel de su escudo, un regio florón de su corona, y que no volverá a ondear soberana al viento, con alegres restallidos de triunfo, como en los días en que se publicaron los Episodios, nuestra bandera nacional.    Sobre España proyectará cada día más soberana grandeza la obra gigantesca de Galdós.

   No es la labor del artista, ni del literato, ni del hablista, ni del pensador, ni del dramaturgo: es la obra del genio; crea, vivifica; tiene el divino "sea"; infunde su soplo alentador, a imagen y semejanza de lo Increado. Don Benito no se limita a describir la Humanidad, sino que imagina sus tipos característicos y les da alma y vida para siempre. Si no hubiera habido una patria, nos la hubiera creado él.

   He aquí lo que distingue al genio: crear. De los novelistas incomparables, de los dramaturgos excelsos, lo que les ha elevado a la cúspide de la gloria, no han sido sus prodigiosas descripciones, ni sus ideas centelleantes, ni la sublime trama de sus argumentos. Las obras se pierden para el vulgo; los lenguajes mueren, como las piedras en que se escriben; pero quedan los seres de carne, que no existieron sino en la miente de su genitor espiritual. Quedan Helena, Aquiles, Ulises, Andrómaca, Ingenia; quedan Fausto, Moore, Segismundo, Quijano, Hamlet, Margarita, Julieta, Lady Macbeth, Pedro Crespo, Margarita la Tornera, Don Juan. Y así, quedan Gloria, Marianela, Doña Perfecta, "Celipín", el amigo Manso, Fortunata, La de Bringas, Torquemada, La loca de la casa, "Pepet", Doily, Don Pío Coronado, El león de Albrit. Son legión, son España con sus poéticas muchedumbres, que engendran guerrilleros y santos, bandoleros e investigadores, aventureros que descubren munidos y se los arrojan a su patria por encima del mar, y diplomáticos que atan los pactos, sellados con sangre, a las patas de sus taburetes de nácar; de inquisidores que ensombrecen la tierra y comuneros que lanzan el grito libertador que los pueblos han de repetir, pasadas ya cuatro centurias.   

   Con Galdós termina definitivamente el siglo XIX. El glorioso autor de Gerona, de Bailen, de Misericordia y de El Doctor Centeno acaso no siente en toda su intensa complejidad los problemas de nuestro siglo. Apenas si, en La de San Quintín-, nuestra vislumbres de una de sus facetas. Vivió en pleno "siglo de las luces", y, avanzada del siglo la primera mitad, retrotrajo su labor con Trafalgar a sus comienzos. No hay obra de Galdós cuya acción puede ser colocada en 1799; no hay que exija fecha que no sea anterior a la de 1901. Es todo un siglo. Se dirá en España el siglo de Galdós., como se dice en Inglaterra el siglo de Guillermo. Y nunca su nombre podrá ser eclipsado, porque, con ser nuestra literatura una da las más gloriosas del planeta, no resplandece en sus antologías, desde la publicación de El Ingenioso Hidalgo, un nombre tan glorioso, tan genial, tan excelso, y, sobre todo, tan netamente ibero, como el de don Benito Pérez Galdós.
  
   No queremos llorar; las glorias no se lloran. Las cenizas de los hombres que supieron engrandecer a su patria son mucho más fecundas que esos granos de trigo sacadas, después de cuarenta siglos de ser enterrados, del sepulcro de los Faraones; oprimida la garganta por la angustia, doloridos los párpados, crispadas las manos en nervioso encarrujamiento, suspensa en el pecho la diástole, veremos cómo se nos llevan al maestro por el lóbrego apartado sendero y cómo, extinguidos con su muerte los odios, comenzará a brillar su nombre con una magnitud y esplendor por el vulgo no sospechados. Y sentiremos que el suelo vacila bajo nuestras plantas y que en nuestras venas se nos paraliza la sangre. Pero no lloraremos; ¡no faltaba más!... No lloraremos...

ANTONIO ZOZAYA.


El número del 5 de enero de La Libertad dedicará a Galdós las tres primeras páginas de las ocho que lo conformaban. En la última, la esquela.  







Biografía de Antonio Zozaya 
Real Academia de la Historia: http://dbe.rah.es/biografias/6672/antonio-zozaya-y-you


 

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